Estadios primitivos de desarrollo moral veían como natural ciertas actitudes sociales como la exclavitud y la exclusión social por razones de sexo, raza o color de la piel. Estos comportamientos sociales del pasado en nuestra época nos parecen inaceptables. No obstante miles de humanos han sido víctimas inocentes a lo largo de la historia de actitudes que, en ese momento, se vieron como naturales. Actitudes que eran aceptadas e, incluso, defendidas socialmente. Una reflexión sobre ello nos indica que la moralidad de una sociedad no es algo estático y cerrado. Muy al contrario el derecho y la filosofía moral de una sociedad evoluciona pareja a la ampliación de nuestra conciencia.

Esta pequeña reflexión extendida al ámbito humano como introducción para comprender que la posición que los animales ocupan en nuestra cultura (un lugar marginal en nuestra sociedad) es arbitraria y no sustentada por la razón. Esta actitud de tomar a los animales como seres de segunda clase está siendo fuertemente cuestionada en nuestro pais en las últimas décadas. Resultado de ello la evolución de nuestros sentimientos morales hacia los animales va oientándose, afortunadamente, hacia una mayor sensibilidad.

Los «Derechos de los animales» es un tema de completa actualidad en nuestro país en las dos últimas décadas. Filósofos del prestigio de Jesús Mosterín o Jorge Riechmann entre otros han puesto su mente, su voluntad y sus sentimientos para que los derechos de los animales sean justamente reconocidos generando una profunda reflexión en nuestra sociedad y así, orientando nuestra conciencia hacia una moral que considera a todos los seres capaces de sufrir como dignos de consideración moral y por lo tanto de derechos.

Es evidente que todo animal es un ser con potencial sintiente. Criaturas no sólo con capacidad de experimentar dolor o placer sino angustia o pánico. Sentimientos y emociones básicas similares a los seres humanos.
Así, tal como Kerbs argumenta «Los criterios intersubjetivos que aplicamos para atribuir capacidad sensitiva a otros seres humanos son aplicables también a los animales (….) Para todos los seres capaces de tener sensaciones tiene sentido hablar de una calidad de vida (…) Excluir a los animales del universo moral, o degradarlos a objetos morales de segunda categoría, con el mero pretexto de que no pertenecen a la especie humana, es tan arbitrario como la exclusión o degradación de los negros con el pretexto de su raza o de mujeres con el pretexto de su sexo. El especieísmo o prejuicio de especie es tan inaceptable como el sexismo o el racismo (…) Sólo vive moralmente quien concede la misma importancia a la buena vida de todos los seres capaces de tener sensaciones».

Todavía hoy los animales lejos de ser objetos de derechos siguen siendo víctimas de actitudes irracionales y crueles.

En esta pequeña sección se van a nombrar sólo algunas de las prácticas abusivas con los animales todavía vigentes en nuestra cultura, algunas de ellas disfrutando de plena legalidad como los experimentos dolorosos dentro de los laboratorios de investigación, la estabulación abusiva de la ganadería industrial, la caza o la tortura pública de los animales con el único propósito fríbolo de hacer disfrutar al expectador .

La matanza o la tortura de un animal como expectáculo y para disfrute de un ser humano es una crueldad y, por siempre, un mal moral.

La Europa ilustrada ya reaccionó contra estos tipos de tortura pública y algunos expectáculos fueron progresivamente censurados e incluso prohibidos. A pesar de ello ciertas practicas todavía anteayer, en España, tenían aceptación social. Los grítos desesperados en las peleas de gallos, perros y de otros animales hacía disfrutar al expectador ávido de sangre haciendo apuestas por el ganador. Estos u otros macabros expectáculos siguen realizándose, algunos con protección legal como las corridas de toros. Pero es indudable que hoy a la mayoría de ciudadanos este tipo de festejos y prácticas crueles con los animales nos parece algo aberrante y el sufrimiento en que agonizan estas criaturas lo vivimos como algo intolerable.

Todavía hoy se mantiene la caza por deporte o diversión. Matar un animal silvestre por placer es una acción inmoral desde las más hondas raíces. La caza por placer o disfrute en nuestra sociedad está muy lejos del motivo primero que obligó a cazar en las sociedades primitivas donde el animal matado era la casi única fuente de subsistencia. Hoy no se caza para subsistir sino por el placer de matar a una criatura salvaje. La gravedad moral de esta práctica tiene su punto máximo cuando, no sólo se da muerte al animal sino que previamente ha sido cruelmente torturado presa de cepos, lazos o trampas donde la criatura mutilada agoniza lentamente tras una combulsión desesperada por escapar desgarrandose todo el cuerpo.
Actualmente estas prácticas extremas, aún realizándose, por fortuna han sido prohibidas.

Durante décadas se han sometido a infinitud de animales vivos e inocentes a la crueldad de ensayos cosméticos o médicos. Experimentos tan trágicos como crueles llevados a cabo en los laboratorios donde la mayor parte de dichas investigaciones son innecesarias. Tal como Jesús Mosterín expresa «Muchos fabricantes de productos cosméticos y para el hogar, como pintalabios o detergentes, someten sus productos a innumerables pruebas y experimentos dolorosísimos, de los que son víctimas inocentes millones de conejos, cobayas y otros mamíferos sensibles, sometidos a torturas y mutilaciones rutinarias. Uno de los experimentos más frecuentes es la prueba o test de Draize. Consiste en aplicar dosis exageradas del producto (por ejemplo, champú) a uno de los ojos de un conejo inmovilizado por el cuello hasta producir úlceras, llagas, hemorragias y ceguera, mientras el otro ojo sirve de control comparativo. El conejo, enloquecido de dolor atroz, a veces se rompe la columna vertabral tratando de liberarse y escapar. En otras pruebas (las de la dosis letal) se obliga a los animales a ingerir detergentes y otros productos nocivos, y se observan sus reacciones (convulsiones, erupciones cutáneas, diarreas etc…). Es obvio que la experimentación dolorosa con animales para fines meramente cosméticos o de limpieza es innecesaria y debería de estar prohibida (…) Producir dolor innecesario en un animal es un mal moral y cualquier muerte ocasionada a un animal ha de realizarse sin dolor. «.

El punto de partida de todo progreso moral es el sentimiento de ternura y protección de la indefensión de estas criaturas. La moral que disfruta una sociedad es resultado de los sentimientos, intuiciones y reflexiones de los miembros que la componen.

Nos parecen aberrantes estas prácticas crueles. Ciertamente la mayoría de nosotros no soportaríamos ni tan siquiera unos minutos esa visión del animal enloquecido por escapar del dolor.

Afortunadamente un número, cada vez mayor de personas, muestra un sentimiento de compasión hacia los animales que amplia el horizonte de la conciencia moral de nuestra sociedad presionando por cambios de la legislación. No olvidemos que todo cambio en la legislación de un pais para conseguir la protección legal de la vida de los animales ha sido resultado de un cambio previo en la conciencia moral de sus ciudadanos.

Con ese fin nace esta sección de pensamiento y reflexión para la web Santitisi. Pasear por sus palabras, por sus entrevistas, fotografías o vídeos no es un camino agradable. Yo agradezco la comprensión del lector de aceptar que esto sea expuesto aquí a pesar del dolor que pueda ocasionar su lectura o su visualización. Se expone porque lamentablemente es una realidad. Realidad agotada de sufrimiento y dolor de miles de criaturas que nos plantea serios problemas que no podemos ignorar.

Me consta que toda persona que ha convivido con amor y devoción con un perro (orientación central de esta web) ya nunca más será ajena (si no lo ignora y lo conoce) al sufrimiento de una criatura. Ningún animal de los que agoniza en los laboratorios, en la plaza,en la granja o en la montaña es diferente a este que protegemos en nuestras manos. Llamo a esa conciencia no excluyente y a ese sentimiento que es capaz de extenderse, generoso y compasivo, no sólo hacia el animal propio sino a toda criatura con capacidad de sufrir.

En él pongo mi esperanza.