
La Zooterapia o terapia con mascotas está en pleno auge de evolución en nuestra sociedad. Las investigaciones realizadas en diversos campos de la salud física y psíquica en seres humanos, nos muestran y confirman los positivos efectos que tiene la relación con un animal en distintos pacientes tratados.

Queda enmarcada en el campo de las terapias alternativas. Se trabaja, entre otros animales, con caballos, gatos, delfines o perros como elemento sanador.
Cuando leo temas que versan sobre estos asuntos, me formulo repetidamente la misma pregunta: ¿Por qué necesitamos a los animales?…
Es probable que esto sorprenda, pero todos tenemos la impresión de que las personas somos menos felices de lo que podríamos llegar a ser.
La infelicidad, la depresión o la ansiedad no son hechos extraordinarios en nuestra sociedad. Si observamos nuestro tejido social, vemos múltiples paradojas que así lo confirman: en esta civilización egoísta e individualista perros adiestrados para la asistencia ayudan y acompañan a personas con alteraciones psíquicas o minusvalías físicas desempeñando una compañía de inestimable valor.
Nuestra sociedad, insisto, de carísimos y estimulantes placeres, cientos de perros acompañan la vida cotidiana y sencilla de sus propietarios aportándoles grandes beneficios afectivos y profundos momentos de felicidad. Atrapados en una visión estrictamente utilitarista vemos que se confunden las experiencias que nos dan gozo y alegría verdaderos, con otras que no pasan de ser simples placeres.
En esta sociedad avanzada, la vida humana ha perdido su orientación natural. Este hecho significa una grave amenaza para el bienestar: afecta a la calidad de la persona y pone en peligro su felicidad.
Se hace imprescindible, urgentemente, distinguir entre lo que llamamos placeres y la verdadera felicidad. La sociedad tiene, con un estilo de vida, determinado lo que considera deseable para sus miembros. Sin embargo, estos placeres predeterminados pueden ser fuente de inquietud para la persona concreta. Siempre me ha sorprendido que las personas anhelen cosas que en realidad no desean y no les hace felices.
Los falsos placeres falsifican la percepción de la realidad y ejercen una fuerte presión sobre el individuo y su proyecto vital.
Las personas buscan y luchan -a veces entre ellas- por realizar cosas que en realidad no desean y en último término no les aportan felicidad.
¿Por qué cuando llegamos a cotas tan altas de confusión, insatisfacción e infelicidad volvemos a mirar al animal buscando su ayuda? ¿Por qué esta sociedad saturada de objetos y experiencias busca en ellos su compañía estable en los hogares?
La terapia con animales otorga excelentes resultados. Demuestra que la compañía de un animal vuelve a recomponer la esperanza del paciente, la solidez, la estabilidad en sí mismo y los deseos de disfrutar de la vida. Sucede, incluso, en los casos más comprometidos de salud psíquica del ser humano. ¿Por qué necesitamos, en momentos tan extremos, la compañía de los animales?
Hay un hecho innegable: el animal no ha perdido el contacto íntimo con su naturaleza y se expresa desde una vida plena y rotunda.
De esta manera, las criaturas ayudan a la persona y le facilitan el contacto más profundo consigo misma.

Sin embargo, el animal no es una simple mascota, entendida como un elemento más que se suma a los objetos diarios de nuestro ambiente humano y urbano.
El animal es un ser plenamente activo en nuestra sociedad. Son criaturas llenas de vida, cargadas de experiencia, de sentido y de reciprocidad. El animal es una verdadera escuela que afecta directamente a la raíz de la persona y la transforma.
Aporto esta reflexión que nace de la observación de esta injusticia que no reconoce la profunda influencia de la naturaleza animal en nuestra sociedad.
Los animales habitan con nosotros, están al alcance de cualquier percepción. Su observación produce un auténtico y grandísimo placer. La sencilla contemplación de su movimiento dilata la vida humana, la enriquece, la expande y la orienta hacia lo esencial. La simple mirada ensimismada de un animal aporta un gozo estético, que eleva al observador con su singular presencia.Esta alegría contemplativa, este placer fresco y vivo es cualitativamente distinto a todo placer preestablecido y transmite unos efectos sobre el proyecto vital de la persona, radicalmente diferentes. Cuando observamos a un animal nos despierta una de las mayores experiencias de belleza y transformación. Los animales, con su presencia, nos enseñan a vivir.